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Expiación vicaria en la «sangre del Cordero»

Por Jerald F. Dirks. Máster en Divinidad y doctorado en Psicología.

INTRODUCCIÓN

La doctrina de la expiación vicaria ha tomado diferentes formas en el cristianismo occidental (católico romano y protestante) y oriental (ortodoxo). En el cristianismo oriental, la salvación se suele percibir como el regalo de la inmortalidad y la santidad que Dios otorgó al hombre como resultado de la victoria de Cristo sobre la muerte con su resurrección el día de Pascua. En cambio, el cristianismo occidental generalmente ha enfatizado que la muerte de Cristo en la cruz fue la forma de expiar los pecados de la humanidad, y de reconciliar a Dios y al hombre tras el distanciamiento que hubo desde «la caída en desgracia inicial de Adán», al comer el fruto prohibido. Dada esta distinción, el concepto de la expiación vicaria en la «sangre del Cordero» tiene su expresión plena en el cristianismo occidental.

EL CRISTIANISMO OCCIDENTAL Y LA EXPIACIÓN VICARIA

En los evangelios del Nuevo Testamento, apenas se encuentra base bíblica que respalde la doctrina de la expiación vicaria, y esta es bastante ambigua en cuanto a contenido y a significado (p. ej., Marcos, 10:45 y 14:22-24; y Juan, 1:29). Así pues, la base bíblica de la expiación vicaria principalmente figura en las epístolas del Nuevo Testamento, cuyas ideas fundamentales son las siguientes:

1) Todos los seres humanos son pecadores que no han conseguido la salvación y la misericordia y gracia de Dios (Romanos, 3:23). 2) En parte, somos pecadores incorregibles y debemos morir y ser castigados, pues hemos «heredado» el pecado original de Adán (Génesis, 3:1-19 y Romanos, 5:12). 3) Creer en Dios y seguir sus leyes y mandamientos no basta para obtener la salvación (Gálatas, 2:15-21 y 3:10a). 4) Cristo murió en la cruz como un sacrificio de sangre por nuestros pecados y para eximirnos de la carga del pecado original (Romanos, 3:23-25 y 5:8; Hebreos, 10:10; Primera epístola a los corintios, 15:3 y 11:24-25; Primera epístola a los tesalonicenses, 5:9-10; Primera epístola de Pedro, 2:24 y 3:18; y Primera epístola de Juan, 1:7). 5) A través del sacrificio de sangre de Jesucristo, nos reconciliamos con Dios (Romanos, 5:12-14 y Primera epístola de Pedro, 3:18) y nos eximimos del deber de seguir la ley de Moisés (Gálatas, 3:10-13 y Romanos, 3:28 y 7:6), siempre y cuando creamos en el supuesto sacrificio de Jesús en la cruz.

Como se puede deducir de lo anterior, la doctrina de la expiación vicaria se basa en una serie de suposiciones, entre ellas: 1) que Jesucristo efectivamente fue crucificado, 2) que la crucifixión fue parte de la misión divina de Jesús, 3) que la humanidad estaba irremediablemente distanciada de Dios debido al pecado original de Adán, 4) que seguir la ley divina no era suficiente, y 5) que solo una expiación vicaria e intercesora podía reconciliar a Dios con la humanidad. A continuación, analizamos cada una de estas suposiciones.

LA CRUCIFIXIÓN

Más allá del Nuevo Testamento, parece haber solo dos referencias a la crucifixión de Jesús en todo el registro histórico del siglo I. La primera fue de la mano de Flavio Josefo, un historiador judío del siglo I, y la segunda, de Tácito, un romano del siglo I y II. Ninguno de los dos autores presenció la crucifixión. Es más, la mayoría de eruditos bíblicos afirman que ninguno de los autores del Nuevo Testamento que escribió sobre la crucifixión fue testigo de la misma. No obstante, cualquier cristiano insistirá con razón que cualquier intento de cuestionar la crucifixión de Jesús debe poder aportar una cantidad impresionante de documentación de que hubo una considerable controversia sobre si Jesús fue crucificado o no. «¿Dónde está esa documentación?», puede que pregunten. Aunque quizá resulte chocante para la mayoría de los cristianos, la respuesta es que se encuentra en las obras pertenecientes al propio cristianismo primitivo.

Las obras de los padres apostólicos a menudo mencionan que había sectas cristianas que rechazaban la propuesta de que Jesús fue crucificado. Dichas referencias están presentes en los escritos de Ignacio, Policarpo, Justino, Ireneo, Tertuliano e Hipólito. Como ejemplo concreto, podemos recurrir a la Carta a los tralianos, un libro escrito por Ignacio, el obispo de Antioquía, fallecido alrededor del 110.

Ignacio relató que hubo cristianos de su época que se negaron a aceptar que Jesús hubiese sido crucificado de verdad y que sostuvieron que fue crucificado solo en apariencia o en ilusión. Ignacio no podría haber atacado una creencia entre los primeros cristianos que no existiera. Su ataque hacia los primeros cristianos que creían que la crucifixión de Jesús no fue más que una ilusión demuestra la existencia de dicha convicción entre los primeros cristianos ya en el año 110, es decir, en torno a la fecha de la muerte de Ignacio. Además, que Ignacio se molestara en criticar esta doctrina indica que la idea de que la crucifixión había sido una ilusión estaba bastante extendida en el 110.

Asimismo, una minuciosa investigación revela varios libros apócrifos, que en su día aceptó el cristianismo primitivo, que afirman que no fue Jesucristo quien fue crucificado. Por ejemplo, el Apocalipsis de Pedro, 81:4-82:33, sostenía que Jesús solo fue crucificado en apariencia, no de verdad, y que la persona que fue crucificada de verdad era un sustituto o un simulacro suyo. De igual modo, en el Segundo tratado del Gran Set, 55:10-56:25, se declaró que no fue Jesús quien fue crucificado, sino Simón (supuestamente Simón de Cirene, a quien se identifica en Mateo, 27:32; Marcos, 15:21 y Lucas, 23:26 como la persona que cargó con la cruz de Cristo en su lugar) y que Simón apareció como si fuera Jesús. Esta postura —la de que fue Simón de Cirene quien fue crucificado en lugar de Jesús— fue una doctrina clave para el grupo cristiano primitivo conocido como los basilideanos, que prosperó en Egipto durante el siglo II y que afirmaba basarse directamente en las enseñanzas de Glaucias, el supuesto intérprete de Pedro, que era discípulo de Jesucristo. En los Hechos de Juan, 97-101, también se describe la crucifixión de Jesús como una ilusión.1

1 Para ver una exposición más detallada de estas cuestiones, así como para acceder a los pasajes citados de los varios libros apócrifos del Nuevo Testamento, véase: Dirks, J. F. (2001). Capítulo 5. The Cross and the Crescent, Beltsville: Amana Publications.

No es solo dentro de las supuestas obras apócrifas donde uno encuentra evidencia de que no fue Jesús quien fue crucificado. En Mateo, 27:11-26, se afirma que Poncio Pilato, el gobernador romano de Judea, dio a la multitud la opción de liberar a «Jesús, aquel a quien llamaban el Mesías» o a «Jesús Barrabás». (Instamos a cualquier cristiano que tenga preguntas sobre el nombre «Jesús Barrabás» a que consulte Mateo, 27:17 en la New Revised Standard Version [nueva versión estándar revisada], que se basa en algunos de los textos más antiguos que han sobrevivido de este versículo, para ver esa identificación). A continuación, Mateo relata que la multitud escogió a Jesús Barrabás y que Pilato entonces lo liberó. Cabe destacar que Barrabás, o Bar Abbâ, no se trata de un nombre de pila, sino que es un patronímico, es decir, una denominación que indica que uno es el hijo de fulano de tal. Traducido del arameo, el idioma que Jesús hablaba, Bar Abbâ significa ‘hijo del padre’. En resumen, Mateo le cuenta al perspicaz lector que Pilato liberó a «Jesús, el hijo del Padre» y que condenó a otro Jesús que afirmaba ser el Mesías, es decir, el ungido. La palabra en hebreo de la cual ha derivado el término anglicanizado Mesías significa «ungido». En Israel, los ungidos eran los reyes, los sumos sacerdotes y algunos de los profetas. Por lo tanto, se podría argumentar de modo convincente que el prisionero condenado era un Jesús revolucionario que afirmaba ser el rey de Israel, mientras que el Jesús que fue liberado era el «hijo del Padre». Jesús es la traducción del nombre griego Josué, que era bastante común por aquel entonces.

Entonces, ¿quién era quién? ¿Ayuda todo esto a explicar por qué Poncio Pilato fue canonizado por la Iglesia cristiana copta? ¿Se justifica la santidad del hombre que condenó a Jesús o la del hombre que lo liberó? Desde luego, Mateo plantea la verdadera pregunta de quién fue realmente liberado y quién fue crucificado.

LA MISIÓN DE JESÚS

Si Jesús no fue crucificado, ¿qué supone esto para la doctrina cristiana de la expiación por la sangre? Después de todo, ¿acaso no fue la crucifixión de Jesús el culmen de su misión divina? ¿Acaso no era una parte absolutamente indispensable de su labor divina? Para responder a estos tres interrogantes, es necesario consultar el Nuevo Testamento para averiguar lo que Jesús supuestamente dijo sobre estas precisas preguntas. Su respuesta parece estar registrada en una oración que se le atribuye a él mismo en el Evangelio de Juan. De indudable importancia, Juan coloca esta oración antes del acto de crucifixión.

Y esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien enviaste. Yo te glorifiqué en la tierra: he acabado la obra que me diste que hiciese. (Juan, 17:3-4).

«he acabado la obra que me diste que hiciese» y así lo hizo antes de la crucifixión. Según Juan, Jesús excluyó específicamente la posterior crucifixión y la supuesta resurrección como parte de la «la obra que me diste que hiciese». Esto también negaría cualquier posibilidad de que la «expiación por sangre» fuera de alguna forma parte de la misión u obra de Jesucristo.

De cierto interés con respecto a este último punto, Orígenes, posiblemente el mayor teólogo cristiano del siglo III, rechazó en concreto el concepto de que la salvación vino a través de la supuesta crucifixión de Jesús y recalcó que la salvación dependía solo del ejercicio adecuado del hombre de su propia voluntad, es decir, de una creencia y unos actos adecuados.

EL PECADO ORIGINAL

La doctrina del pecado original es un concepto procedente en su totalidad del cristianismo occidental, que se ha extraído en su mayoría a partir de una interpretación bastante idiosincrásica de Romanos, 5:12-19, y que se basa en el supuesto de que todo ser humano hereda el pecado de «la caída en desgracia inicial de Adán» a través de la concepción que se produce tras el acto sexual, una práctica que según san Agustín estaba contaminada por la «concupiscencia». Por consiguiente, según el cristianismo occidental tradicional, toda la humanidad hereda el pecado original de Adán —haber comido el fruto prohibido— al ser engendrada a través del acto sexual. A estas alturas, convendría resaltar que la herencia y el concepto del pecado original son totalmente contrarios a las enseñanzas religiosas del cristianismo oriental, el judaísmo y el islam, pero son propias del cristianismo occidental.

Tal y como se describe en la literatura cristiana occidental, «la caída en desgracia inicial de Adán» fue un acontecimiento catastrófico que tuvo como resultado los siguientes duros castigos que el ser humano ha recibido desde entonces: 1) Adán y Eva fueron expulsados del jardín del Edén y se les prohibió volver a él para siempre (Génesis, 3:22-24); 2) se castigó en concreto a Adán y a sus descendientes de sexo masculino con ser obligados a labrar la tierra «maldita» para encontrar sustento con el «trabajo» y «el sudor de su cara» (Génesis, 3:17-19); 3) se castigó a Eva y sus descendientes de sexo femenino con el dolor físico del parto y con que sus maridos tuvieran control sobre ellas (Génesis, 3:16); 4) se castigó a toda la humanidad a morir al final de su vida en el mundo terrenal (Génesis, 3:22-24).

Según la doctrina del cristianismo tradicional, «la caída en desgracia inicial de Adán» no era atribuible de forma directa a ninguna falla moral o espiritual de Adán, sino que era específicamente secundaria a la vileza ética y religiosa de Eva, quien, habiendo sido engañada primero por Satán, engañó a su marido. Si no hubiera sido por Eva, Adán jamás habría caído en desgracia. Por lo tanto, todo el trabajo y el sufrimiento de la humanidad consecuencia de ese primer mordisco fatídico del fruto prohibido se le puede atribuir a Eva y, a través de ella, a todas las mujeres.

porque primero se formó a Adán y a Eva después, y Adán no se dejó engañar, sino la mujer, que una vez engañada, incurrió en pecado, y esta podrá alcanzar la salvación a través de la gestación, siempre que sigan teniendo fe, amor y santidad, con sobriedad. (Primera epístola a Timoteo, 2:13-15).

Eva engañó a Adán, que era superior moral y espiritualmente a ella. Fue Eva quién sucumbió a las tentaciones de Satán, no Adán. Por ello, la única esperanza de Eva para la salvación, y tras Eva, de todas las mujeres, era a través de la penitencia del dolor físico del parto que hemos mencionado. Pero los versículos de la Primera epístola a Timoteo que acabamos de recitar son solo el comienzo del proceso a través del cual el cristianismo occidental ha intentado tradicionalmente culpar a la mujer por todos los pecados de la humanidad. El concepto del cristianismo occidental de que las mujeres son las culpables del pecado original se exploró aún más por los santos y los teólogos del cristianismo occidental primitivo, como Tertuliano (El adorno de las mujeres) y san Agustín (Enquiridon, capítulo 16; carta n.º 243 y Del Génesis a la letra).

A pesar de lo que se narra en Romanos, 5: 12-19 y del pensamiento de los primeros teólogos del cristianismo occidental, hay una serie de referencias bíblicas que arrojan serias dudas sobre la existencia de una base para la doctrina del pecado original.

No se dará muerte a los padres por sus hijos, ni a los hijos por sus padres, sino que todo el mundo morirá por su propio pecado. (Deuteronomio, 24:16).

El alma que peque, morirá. El hijo no cargará con los excesos de su padre, ni el padre cargará con los excesos de su hijo: la justicia del justo caerá sobre él, y la maldad del malvado caerá sobre él. Pero si el malvado se arrepiente de todos los pecados que ha cometido, y obedece todos mis decretos, y hace lo que es legal y correcto, sin duda vivirá, no morirá. (Ezequiel, 18:20-21).

Asimismo, la razón dicta que no se nos hará responsables y se nos juzgará en función de lo que nuestro progenitor ha hecho. La justicia básica no da lugar a otra conclusión.

EXENTOS DE LA LEY

Como ya hemos visto, Pablo se esforzó mucho para enfatizar que la crucifixión eximió a la humanidad de seguir los dictados de la ley divina. Pero la postura de Pablo contrasta en gran medida con las supuestas palabras de Jesucristo.

No penséis que he venido a acabar con la ley o los profetas. No he venido a destruir, sino a realizar. Amén, os digo que hasta que desaparezcan el cielo y la tierra, ni la mínima letra ni un solo plumazo desaparecerán de la ley, hasta que todo se haya cumplido. A aquel que infrinja uno solo de estos mandamientos y enseñe a los hombres lo mismo se le nombrará el más pequeño en el reino de los cielos.… (Mateo, 5:17-19a).

… cumplid los mandamientos. (Mateo, 19:17).

Pero es más fácil que desaparezcan el cielo y la tierra que falle el mínimo plumazo de la ley. (Lucas, 16:17).

SACRIFICIO INTERCESOR

¿Puede uno ser sacrificado por los pecados de otro? Los siguientes versículos de la Biblia parecen responder de manera negativa, e insisten en que cada persona debe pagar por sus propios pecados.

No se dará muerte a los padres por sus hijos, ni a los hijos por sus padres, sino que todo el mundo morirá por su propio pecado. (Deuteronomio, 24:16).

… solo la persona que peca morirá.(Ezequiel, 18:4b).

El alma que peque, morirá. El hijo no cargará con la iniquidad de su padre, ni el padre cargará con la iniquidad de su hijo: la justicia del justo caerá sobre él, y la maldad del malvado caerá sobre él. Pero si el malvado se arrepiente de todos los pecados cometidos, y obedece todos mis decretos, y hace lo que es legal y correcto, sin duda vivirá, no morirá. Ninguno de los pecados que haya cometido se le recordará: por haberse comportado honradamente vivirá.(Ezequiel, 18:20-22).

Además, Jesús parece rechazar el sacrificio intercesor para los pecados cuando supuestamente instruyó al hombre que el camino hacia la salvación consistía en seguir los mandamientos.

… pero el que los practique y enseñe se considerará grande en el reino de los cielos. (Mateo, 5:19b).

Mirad, un hombre se acercó a él y le preguntó: «Buen maestro, ¿qué buena acción debo hacer para obtener la vida eterna?». Él le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno excepto uno, Dios. Pero si quieres entrar en la vida, cumple los mandamientos».(Mateo, 19:16-17).

UN EJEMPLO HIPOTÉTICO

Consideremos el siguiente ejemplo hipotético. Alguien te ha hecho algo malo. Y esa maldad te resulta tan profundamente angustiante que no te sientes capaz de perdonar jamás. Básicamente, no te queda misericordia para aquellos que te hirieron. Pero envías a tu hijo para que los amoneste. En respuesta, la misma gente asesina a tu hijo de la manera más atroz. A raíz del sufrimiento y la muerte de tu hijo a manos de esta gente, ahora te sientes lleno de amor y misericordia hacia ellos, así que por fin eres capaz de perdonarlos. Ahora puedes perdonarlos porque han matado a tu hijo. ¿Acaso este supuesto tiene el mínimo de sentido? Y, sin embargo, es exactamente igual que la doctrina de la expiación vicaria en la «sangre del Cordero».

EL PUNTO DE VISTA ISLÁMICO

Como se puede apreciar gracias al análisis que acabamos de realizar, todas y cada una de las suposiciones que respaldan la doctrina de la expiación vicaria cuentan como mucho con una base débil. Por ello, quizá haya llegado el momento de presentar lo que el islam tiene que decir al respecto.

Al igual que muchos de los primeros cristianos, el islam rechaza la idea de que Jesús fuera crucificado. El fundamento de este rechazo se encuentra en el Corán.

… (ellos) alardearon: «Hemos matado a Jesús, el Mesías, el hijo de María». No obstante, no lo mataron, ni lo crucificaron, sino que hicieron para que les pareciese que lo habían hecho. Quienes discuten al respecto están llenos de dudas y no disponen de información (concreta). Al contrario, solo siguen teorías, pues ciertamente no lo mataron. ¡Ciertamente no! Dios elevó (a Jesús) hacia él, pues Dios es poderoso y sabio. (Corán, 4:157-158).

Al igual que el judaísmo y el cristianismo oriental, el islam rechaza el concepto del pecado original. Pero el islam va más allá y sus enseñanzas dictan que Adán y Eva fueron igual de culpables en lo que respecta a comer el fruto prohibido, lo que refuta por completo el fundamento de la degradación de la mujer que se observa en el cristianismo occidental. Esto es evidente gracias al uso de los pronombres en plural del siguiente versículo.

No obstante, ellos (fueron tentados) por Satán y desterrados (del hogar) donde estaban. (Corán, 2:36a).

Asimismo, en el Corán se especifica que Dios perdonó a Adán por su falta inicial, lo que elimina cualquier tipo de pecado que podría haber sido heredado —como si tal herencia fuera posible—.

Entonces Adán aprendió las palabras de arrepentimiento de su Señor, y se volvió hacia él para suplicar perdón, porque él es el Aceptador del arrepentimiento, el Misericordioso. (Corán, 2:37).

Por último, en cuanto al pecado original, tanto el Corán como los dichos del profeta Muhammad rechazan el concepto de que los bebés nazcan con pecado.

… así es que hemos creado al ser humano en su mejor forma. (Corán, 95:4).

Se sabe bajo la autoridad de Abu Mu’awiya que (el santo Profeta) dijo: «Todo bebé recién nacido nace en la religión (del islam y él) permanece en ella hasta que su lengua puede expresarse». (Muslim, hadiz n.º 6427).

El Corán también recalca que cada individuo será responsable de sus propios actos, que nadie puede cargar con el comportamiento pecaminoso que otro haya tenido, y que la salvación intercesora es una vana esperanza.

… ninguna persona puede soportar la carga de otro, y que los seres humanos no obtendrán nada más que por lo que se esfuerzan, y que los resultados de los esfuerzos (de cada persona) se verán pronto —y luego (cada uno de ellos) será recompensado en su totalidad—… (Corán, 53:38-41).

En ese día, la intercesión de nadie hará ningún bien, salvo para aquellos a quienes el Compasivo les haya dado permiso (para interceder) y cuyas palabras sean aceptables para él. (Corán, 20:109).

… ¿y cómo puedes comprender lo que el Día del Juicio Final significará? Ese día, ninguna alma será capaz de ayudar a otra. (Ese día), todo el poder de mando pertenecerá solo a Dios. (Corán, 82:18-19).

En el islam, la salvación se considera un contingente de la creencia de una persona en la Unidad absoluta de Dios. Pero la fe, sin acciones, no basta. Dado que existe una creencia monoteísta correcta, el juicio final se basa en una ponderación del comportamiento y las intenciones de cada persona a lo largo de su vida. Afortunadamente para todos los interesados, dicha ponderación se ve moderada en gran medida por la abundante misericordia de Dios.

Quien haga algo bueno recibirá diez veces más en su haber, mientras que quien haga algo malo recibirá una mala acción, y nadie será tratado injustamente. (Corán, 6:160).

(Extracto del libro "Comprender el islam fácilmente")

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Tabla de contenidos

comienzo

Apartado I: nociones básicas

Lo que el islam no es

¿Qué es el islam?

Apartado II: artículos generales

¿Por qué existe el mal y el sufrimiento?

Por qué creo en Dios — testimonio de un musulmán

El Corán, la ciencia moderna y más

El islam y el racismo

El islam: ¿la solución a los problemas sociales de Estados Unidos?

Dios y los musulmanes

Selección extraída del Corán

Algunas virtudes musulmanas (dichos del profeta)

Apartado III: otros temas

El islam y los embriagantes

El cielo y el infierno

El perdón

Apartado IV: islam y cristianismo

Similitudes

Puntos en común: judaísmo, cristianismo e islam

Diferencias

Muhammad en la Biblia

La Trinidad

Jesús: ¿hombre y Dios?

Expiación vicaria en la «sangre del Cordero»

La Biblia y la ciencia moderna

La Biblia y la palabra de Dios

¿El Corán preservado?

Apartado V

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